...el ave Fénix vivía en el Jardín del Paraíso, y anidaba en un rosal. Cuando Adán y Eva fueron expulsados, de la espada del ángel que los desterró surgió una chispa que prendió el nido del Fénix, haciendo que ardieran éste y su inquilino. Por ser la única bestia que se había negado a probar la fruta del paraíso, se le concedieron varios dones, siendo el más destacado la inmortalidad a través de la capacidad de renacer de sus cenizas.

Cuando le llegaba la hora de morir, hacía un nido de especias y hierbas aromáticas, ponía un único huevo, que empollaba durante tres días, y al tercer día ardía. El Fénix se quemaba por completo y, al reducirse a cenizas, resurgía del huevo la misma ave Fénix, siempre única y eterna. Esto ocurría cada quinientos años.

miércoles, 6 de abril de 2011

Atrapado

La vida no siempre es como pensamos, o como nos habían hecho pensar que debería ser. 
Cada mañana se levantaba con la sensación de estar atrapado, soñaba con escapar, con una casa enorme en el campo, con un jardín de césped lleno de niños correteando entre rododendros llenos de flores y buganvillas. Soñaba con largos viajes a desiertos ardientes, selvas impenetrables, cuevas insondables…. Pero cada mañana se despertaba en la misma cama, en la misma vida, en el mismo lugar… observando el mundo a través de la ventana como si de una postal se tratase, inmóvil, siempre igual, imperturbable.
Cada noche, al caer en los brazos de Morfeo, huía, escapaba a un mundo que solo existía en sus sueños, un mundo perfecto en el que vivía una vida que no tenía, donde no sentía padecimiento, en la que podía dedicar sus días a su casa con jardín, a ver corretear a los niños… pero cada día se despertaba una vez mas para ver pasar el tiempo, para sentir como se le escapaba entre los dedos, sufriendo su devenir como el hipnotizante y cadencioso movimiento de las caderas de una veinte añera, que te atrapa, te seduce y te secuestra el alma para nunca más dejarla escapar.
Pero cada mañana amanecía inexorablemente, en el mismo lugar, el mismo tiempo, sin poder escapar a la realidad de la consciencia y la vida diaria que le atenazaba, le latía en las sienes, le devoraba el corazón…
Aquella mañana se despertó como cada mañana, pero ya nada era igual, al fin escaparía de la rutina que le inmovilizaba, huiría al fin de aquella prisión de piel y huesos, le sirvieron el desayuno… la hora llegaba ya; bebió sorbo a sorbo el vaso de agua con la cantidad justa de cicuta, casi paladeándola, degustando cada trago, al principio no sintió nada, al igual que no lo había sentido nunca, sus miembros atrapados en aquel cuerpo tetraplégico nunca le habían permitido sentir una caricia, un abrazo, la calidez de un cuerpo a su lado. Al fin algo sucedió, algo como un ardor, un entumecimiento que asomaba en su garganta, subiendo hacia la boca, y finalmente nublando su vista y su recuerdo, salió por la ventana a recorrer aquellos parajes, al fin se sintió libre… después simplemente oscuridad.

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